Una mentira mil veces repetida se convierte en una verdad (Joseph Goebbels)

jueves, 25 de septiembre de 2014

Rebelarse vende de Joseph Heath y Andrew Potter

Aunque defienda también los libros militantes anticapitalismo, como tiendo a ser más bien retorcido me encantan los ensayos ambiguos muy críticos tanto con la izquierda como con la derecha (ya se que generalmente eso lo dice la gente de derechas que no quiere reconocer que lo es, por eso recalco que este libro realmente no es de izquierdas ni de derechas en el sentido tradicional del término). Precisamente por no suscribirse a ningún lugar común, mueve a la reflexión y es de estos libros que debería leer todo el mundo, pero muy especialmente los militantes de izquierda que pequen de una cierta ingenuidad y que se piensen que todo el monte es orégano; no para que necesariamente cambien su forma de pensar, pero sí para que se planteen si ciertas posturas que se dan por sentadas no pueden resultar contraproducentes.

Y es que la tesis muy políticamente incorrecta de Rebelarse vende es que los movimientos contraculturales no es que acaben siendo asimilados por el capitalismo bajo la filosofía de si no puedes vencerlos únete a ellos, que es lo que se suele decir, sino que constituyen la propia esencia del capitalismo. Esta supuesta boutade se desgrana a lo largo de muchos capítulos en los que se va volviendo peligrosamente razonable. En el desprecio a la cultura de masas, ¿cuánto hay de auténtico anticapitalismo y cuánto de elitismo? ¿Por qué las críticas a la sociedad de consumo se ceban tanto con las marcas y las tiendas baratas y mucho menos con los artículos de lujo? ¿Por qué se toma siempre a McDonalds como chivo expiatorio del movimiento antisistema y no a Tiffany's o a Loewe? ¿No será que algunos supuestamente anticonsumistas en realidad son los más enganchados al consumo?

Mientras leía el libro recordaba a una chica punk que conocí que vivía en una casa okupa y que se pasaba todo el día en lo que ella llamaba "acciones contra el sistema" y que me pareció una de las personas más frívolas y consumistas que he conocido nunca, no tenía más tema de conversación que los anillos, muñequeras, tatuajes y ropa que llevaba; y la actriz "militante de izquierdas" que cuenta en El país semanal su boda por un rito de una tribu africana y la última ONG de moda que ha apadrinado y la princesa o duquesa que saca en ¡Hola!  las fotos de su matrimonio católico en tal catedral no me dejan de parecer dos caras de la misma moneda. Con esto no quiero generalizar, simplemente plantear si todo el que adopta ciertos clichés de lo que se supone que es ser alternativo lo es en realidad.

Por otra parte, ¿seguro que toda la cultura de masas es tan mala? Las películas y canciones más alabadas por los críticos, ¿en qué medida reciben esas alabanzas por ser realmente mejores y en qué medida porque les permiten distinguirse de los gustos de la masa y reafirmar su estatus de élite cultural? Tal vez sea el afán de creerse diferente y mejor que los demás el motor de todo el engranaje capitalista; el colocarnos por encima de la masa, o en su defecto el no querer quedarnos por detrás de ella, sería lo que nos empuja a consumir desenfrenadamente.

El libro tiene sus trampas, puesto que la contracultura difícilmente puede ser la madre del cordero, al menos no podría serlo sin unas multinacionales que, aunque tal vez sea cierto que no la tergiversan tanto como se podría pensar, desde luego sí la explotan y la llevan en la dirección que les interesa; por otra parte, atacar demasiado el elitismo nos puede llevar también a legitimar a las multinacionales, cuando tampoco se puede negar que algunos productos muy populares son de dudosa utilidad y calidad y su éxito se deriva  casi exclusivamente de la propaganda más alienante.

Pero este ensayo pone sobre la mesa una cuestión importantísima: mucho ojo cuando la contracultura derriba valores, que a pesar de ciertos aspectos rancios a veces llevan actitudes muy recomendables o incluso imprescindibles para la convivencia en sociedad, para sustituirlos por nada más que el simple consumismo; limitarse a derribar sin construir nada  como alternativa lleva de un lado a muchas personas a caer en adicciones y enfermedades psicológicas de todo tipo, y por otro al auge de grupos extremistas que reclaman esos valores que se han perdido y que, ante la ausencia de alternativas, siguen viendo como los únicos válidos. Y tampoco está mal cuestionarse desde una perspectiva serena, que puede ser criticable pero que no tiene nada que ver con la derecha cavernaria, a los popes del movimiento antisistema, ¿por qué no?

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