Una mentira mil veces repetida se convierte en una verdad (Joseph Goebbels)

miércoles, 29 de octubre de 2014

La cruzada contra el cine de Gregory Black


Solemos pensar que la censura sobre el cine es ejercida por el estado, las autoridades religiosas u otro órgano con poder ajeno al propio cine. Pero eso en Estados Unidos no es cierto; en el país del libre mercado hasta la censura es privada y la ejerce una institución, la MPAA (Motion Picture Association of America), a la que la industria somete voluntariamente sus películas. Si la MPAA considera que algunas escenas pueden resultar muy fuertes u ofensivas propone recortes; de no atenerse a esas recomendaciones, los productores, que en EEUU son considerados los autores de las películas, pueden estrenar su película sin el visto bueno de esta institución; las películas en ningún caso se prohíben. El problema es que la inmensa mayoría de las salas de cine norteamericanas están controladas por la MPAA y se niegan a exhibir películas que no hayan sido autorizadas; solamente unas pequeñas salas de Nueva York, San Francisco y alguna otra gran ciudad funcionan al margen de este casi monopolio.

Aún así, la situación actual es bastante mejor que la del pasado. Nos parece evidente que existan diferentes calificaciones para las películas (para todos los públicos, mayores de 13 años, mayores de 18) pero eso no ha sido así siempre ni mucho menos. De hecho la MPAA estableció este sistema a finales de los años 60 del siglo pasado; en las décadas anteriores el férreo código Hays de censura establecía escrupulosamente qué se podía ver y qué no en la gran pantalla. De no ser apta para todos los públicos, una película quedaba excluída de los circuitos comerciales y relegada a una distribución minoritaria.

La cruzada contra el cine forma un díptico, junto con Hollywood censurado, del mismo autor, que cuenta la historia del código Hays: de cómo las películas de los primeros años 30, antes de que existiera el código, eran mucho más libres que las de 30 años después, y da abundantes ejemplos de las obras arriesgadas que fueron transgrediendo las normas hasta llegar a su capitulación. Y la tesis más interesante del libro, ese recorrido acaba trasluciendo la razón de que la propia industria se sometiera a la censura: pese al daño artístico considerable que producía, en realidad el código no solía significar pérdidas económicas para una película de Hollywood, solamente molestias y unas cuantas escenas recortadas. En cambio sí servía para proteger al cine nacional de la competencia extranjera: las películas europeas y de terceros países, por lo general mucho más atrevidas que las norteamericanas a la hora de hablar de sexo, delincuencia, consumo de drogas, decadencia moral, corrupción y cualquier otro tema prohibido por la censura, eran casi siempre las víctimas del código Hays, que les negaba la posibilidad de una exhibición que les permitiera ser una auténtica competencia. La censura fue y sigue siendo una eficaz aliada de los intereses de Hollywood; el código fue suprimido en los años 60, precisamente cuando dejaba de favorecer los intereses de la industria, ya que el cine europeo estaba cogiendo fuerza al otro lado del Atlántico porque el público buscaba un cine menos ñoño y paternalista, y reemplazado por el sistema de censura actual que sigue cumpliendo con eficacia su función de dificultar, bajo una coartada de supuesta moral puritana, la difusión de cine extranjero.

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martes, 21 de octubre de 2014

Inside job de Charles Ferguson

Esta es una de las películas que con más sencillez y claridad ha explicado por qué nos encontramos en la situación en que nos encontramos ahora. Y con más éxito también; se trata de una producción de Hollywood, lo cual no deja de ser irónico, está narrada en off por una estrella como Matt Damon y ganó el Oscar al mejor documental de 2010.

Aunque ahora desde la prensa se llame radical o extremo a todo lo que no sea mostrarse servil con los intereses de la banca y de la ideología neocon, Inside job ni siquiera es una película anticapitalista; está dispuesta a aceptar que, más o menos y dentro de ciertas imperfecciones, todo iba bien en los EEUU capitalistas de los años 50-60. El crack del 29, consecuencia de la locura de un mercado que campaba a sus anchas sin apenas control estatal, había dado lugar a la expansión de regímenes brutales que propiciaron la segunda guerra mundial. Tras la hecatombe, era evidente que el modelo que se debía seguir para no repetir la experiencia se basaba en la economía keynesiana y el new deal del presidente Roosevelt: el estado debía controlar las transacciones financieras impidiendo las burbujas especulativas, cobrar aranceles a los productos importados para garantizar la supervivencia de las empresas locales, promover la libre competencia entre estas últimas evitando los mono y oligopolios,  cubrir las necesidades básicas de toda la población, garantizar el acceso de todos a la educación, la cultura y puestos de trabajo en condiciones dignas, etc. Con este sistema, la pobreza se redujo de manera muy notable, más o menos todo el mundo vivía bien y los ricos seguían siendo ricos y disfrutando de un nivel de vida mucho más alto que el resto.

Pero como nunca se puede contentar a todo el mundo, empezaron a surgir los primeros brotes del pensamiento que hoy llamamos liberal o neocon. La estupidez de algunos economistas que defendían una vuelta a los mercados desregulados y a la ley de la selva empresarial logró una sinergia perfecta con los intereses de los más ricos, que empezaron a promover la nueva ideología desde diferentes frentes: por una parte, introduciéndose en los gobiernos amparados por la imperfección de los sistemas democráticos, que conceden tratamientos privilegiados a la clase política permitiendo así conflictos de interés inadmisibles entre sus obligaciones como cargos públicos y sus intereses empresariales. Y por otra parte, financiando a académicos, periodistas y todo tipo de autores que defiendan esta ideología y ocultando que muchos estudios y artículos "científicos" supuestamente neutrales que difunden la buena nueva del neoliberalismo frente a los supuestos horrores del socialismo y de la intervención estatal están pagados por grandes bancos o empresas multinacionales y consisten en simple propaganda de sus intereses para generar lo que se llama una corriente de opinión pública favorable a la "libertad" empresarial siguiendo la máxima nazi que encabeza este blog, una mentira mil veces repetida se convierte en una verdad.

El resultado ha sido la revocación de las leyes reguladoras del mercado durante las últimas decadas con los resultados que conocemos: incremento de la desigualdad social, del desempleo por el cierre de fábricas que no pueden competir con los precios de importaciones de países donde no existen los derechos laborales,  absorción de las empresas de la competencia en todos los sectores del mercado por parte de dos o tres corporaciones originando oligopolios, y sobre todo libertad de los bancos para seguir políticas de beneficio a corto plazo basadas en la venta de préstamos de alto o altísimo riesgo que, tras un corto período de enormes ganancias, derivan en un alto porcentaje de impagos y la consecuente quiebra de la institución. Y no olvidemos la aparición de las agencias de calificación, que supuestamente asesoran a los inversores acerca de cómo colocar mejor su dinero; sus calificaciones no están basadas en ninguna evidencia (de hecho los bancos quebrados en la crisis de 2008 tenían las mejores puntuaciones hasta el día antes de su bancarrota) sino que siguen intereses particulares. Pese a la evidencia de que estas agencias son un timo y están compradas, la prensa sigue dedicando portadas de periódicos a sus decisiones, y también haciéndose eco de la conocida cantinela de que la causa de la crisis es que el estado ha estado ofreciendo demasiados servicios a los ciudadanos y que las políticas que intentan promover la movilidad social y reducir la desigualdad no son sostenibles. Y no nos engañemos, esta tendencia se ha mantenido igual bajo los gobiernos de uno y de otro partido en EEUU, y añadiría que en el resto de países occidentales, por mucho que los intereses creados en torno al bipartidismo exageren las mínimas diferencias que existen entre ambos. Obama no ha hecho nada por replantearse y revocar la desregulación del sistema financiero, auténtica responsable de la crisis, y tampoco en Europa se está poniendo el cascabel al gato, sino que, sorprendentemente, por primera vez el viejo continente está defendiendo las tesis neoliberales con más fervor que Estados Unidos.

Por reprocharle algo a la película, es muy local y aborda una crisis global desde el punto de vista norteamericano. Otro día comento algun otro título menos conocido en el que se viaja más por el mundo viendo distintas caras de las consecuencias de la llamada libertad.

Más información:
http://www.sonyclassics.com/insidejob/
http://es.wikipedia.org/wiki/Inside_Job

miércoles, 15 de octubre de 2014

No logo de Naomi Klein

Ya me tardaba comentar en el blog el libro que considero de lectura obligatoria para comprender la historia del capitalismo contemporáneo. En No logo (2000), Naomi Klein, una de las principales o al menos de las mas populares ideólogas de los movimientos antiglobalización (como Michael Moore pero en libro, para quienes no la conozcan), expone cómo a lo largo del siglo XX las grandes empresas se transforman drásticamente, pasando de mastodónticas estructuras que controlaban desde el abastecimiento de materias primas a la distribución de los productos fabricados, a entes casi etéreos que han subcontratado todos los procesos de producción y los han externalizado a países donde no existen los derechos laborales, y en las últimas décadas se han reducido a su mínima expresión: el logo.

Las grandes compañías se han convertido en logos, imágenes corporativas vacías de un contenido real, que ya no buscan asociarse a productos determinados sino a formas de vida o a ensoñaciones publicitarias (este punto ha sido desarrollado más tarde por Christian Salmon en Storytelling). El complejo entremado de sub-sub-sub-contrataciones entre la filial, que ha quedado convertida en una pequeña oficina, y los productos finales de la marca le permite a la empresa, aparte de evadir impuestos con enorme facilidad, desembarazarse de cualquier responsabilidad sobre sus empleados (el buen funcionamiento de una empresa pasa a medirse por la frecuencia de los despidos masivos que en ella tienen lugar, y no por el número de empleados contratados, como en el pasado) y también sobre sus clientes, convirtiendo cualquier reclamación en una pesadilla burocrática.

Quién les iba a decir a los primeros socialistas decimonónicos que los patronos de las empresas de su época a los que tanto aborrecían producirían prácticamente nostalgia en el siglo XXI; por explotadores que fueran, al menos asumían responsabilidades y riesgos, daban trabajo y colaboraban al desarrollo de la localidad o comunidad donde implantaban una nueva fábrica, pagaban impuestos, tenían que ser mejores que los posibles competidores, y ante cualquier problema tenían que dar la cara con nombres y apellidos, unos inconvenientes que los anónimos consejos de administración de las multinacionales actuales han conseguido quitarse de encima gracias al neoliberalismo y la desregulación de los mercados a nivel mundial, cuyos entresijos Klein ha explicado más adelante en su segundo libro igualmente imprescindible, La doctrina del shock, que dejamos para otro día.

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miércoles, 8 de octubre de 2014

Doce pruebas que demuestran la no existencia de Dios de Sébastien Faure

Existe el falso mito del empate técnico intelectual entre los creyentes y los ateos, y de que la ciencia y el saber humano no pueden posicionarse ni en uno ni en otro sentido respecto a la existencia de Dios. Esta falsedad viene de tergiversar el concepto de Dios, que los teístas cristianos, judíos o musulmanes flexibilizan hasta el extremo cuando les interesa, convirtiéndolo en un ente indefinido, un espíritu inteligente e intangible que estaría detrás de lo que se suele llamar Naturaleza. Una vez han desarmado a los ateos, que evidentemente no pueden decir nada en contra de este Dios diluído y en realidad situado a años luz del monoteísmo y muy cerca en cambio del paganismo y el panteísmo primitivos, vuelven a encoger el muelle que han estirado previamente y a vender la moto del Dios monoteísta y patriarcal. 

A comienzos del siglo XX el anarquista francés Sébastien Faure puso los puntos sobre las íes y elaboró el panfleto Doce pruebas que demuestran la no existencia de Dios, dándole la vuelta a las famosas vías de Tomás de Aquino que, en la filosofía medieval, pretendían demostrar racionalmente la existencia del Dios cristiano. Estos argumentos ya fueron desmentidos en la Edad Moderna, puesto que no son más que pura construcción intelectual para demostrar el supuesto del que en realidad se parte ya a priori, que es que Dios existe. Las tesis de Faure, en cambio, difícilmente pueden ser desmentidas porque no se refieren a la idea abstracta y etérea de un ser supremo, sino que se centran en el Dios monoteísta de la Biblia, sacando a la luz sus vergüenzas y contradicciones. 

Un Dios que juzga y otorga una recompensa infinita (la salvación o la condenación eterna) por los méritos o faltas que los hombres, humanos y por lo tanto finitos, hayamos cometido en la vida, sería de una infinita injusticia, puesto que la recompensa que otorga es totalmente desproporcionada respecto al acto que la ha producido. Un Dios que dota a algunas de sus criaturas de la fe, y en cambio no a otras, privándolas de la felicidad de sentir su presencia, no puede ser más que infinitamente malvado. Y así hasta doce argumentos de pura lógica irrebatible. Por lo tanto dejemos ya de aceptar el supuesto empate:  aplicando mínimamente la racionalidad, la mente humana puede demostrar con bastante facilidad que el Dios cristiano, judío y musulmán es una patraña construída para fomentar los intereses particulares de las clases dominantes que, salvo unos pocos chalados, oscilan entre el cinismo más frío y el autoengaño de no querer saber que en realidad no creen en él en absoluto.

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viernes, 3 de octubre de 2014

El encanto de la estupidez de Esther Vilar

Tal vez algún día me arriesgue a comentar uno de los libros más políticamente incorrectos de la historia, El varón domado. Mientras, iré abriendo boca con otro panfleto de la misma escritora, la argentino-alemana Esther Vilar; digo panfleto no en sentido peyorativo, sino literal, ese es el género al que pertenecen los libros de esta autora. No son tesis fundadas en investigaciones ni en pruebas, sino simplemente reflexiones y opiniones, sin duda discutibles, pero que nunca están sujetas a los discursos convencionales. 

El encanto de la estupidez intenta desentrañar la maraña de idiocia en la que el mundo está sumido, analizándola en todos los apartados: las ciencias, la política, la economía, el periodismo, las empresas, el arte, los ejércitos, .. y de lo público pasa a lo privado exponiendo que la pareja suele consistir en la sumisión de una persona lúcida ante un mentecato, porque el amor no se sustrae ni mucho menos al dominio de la burrería. El libro, escrito en 1987, es de una tremenda actualidad. A veces es demasiado reiterativo, pero tiene momentos realmente brillantes e indiscutibles, como cuando justifica por qué necesariamente los ricos son más estúpidos que los pobres y cómo el buen gusto no es más que la imposición de la mediocridad y los prejuicios de clase. 

Aunque hoy puede parecer evidente que, dada la frivolidad de los medios de comunicación, sólo un estúpido puede llegar a convertirse en un líder, y se ha hecho famoso el principio de Peter según el cual un zoquete asciende laboralmente hasta su máximo nivel de incompetencia, Esther Vilar ya lo había descubierto y explicado con anterioridad. Una lectura, en fin, imprescindible para todos los que nos fascina lo contagiosa y peligrosamente encantadora que resulta la estupidez en la sociedad.