Una mentira mil veces repetida se convierte en una verdad (Joseph Goebbels)

jueves, 18 de septiembre de 2014

Panfleto antipedagógico de Ricardo Moreno Castillo

Pensaba que no me volvería a ocurrir lo de leerme un libro de un tirón pero el Panfleto antipedagógico de Ricardo Moreno sí ha conseguido absorberme (bueno, y pillarme con tiempo). Se trata de un alegato escrito con rabia por un profesor de instituto que ve como, en su opinión bastante bien razonada, la calidad de la educación pública va ya no cuesta abajo sino en caída libre. Es una llamada de atención muy valiente, políticamente incorrecta y que molestará a los ortodoxos de cualquier dogma político, que no es necesario compartir al cien por cien (de hecho a continuación expondré con qué puntos no estoy de acuerdo), pero que sí merece mucho la pena leer con atención y valorar porque saca a la luz los principales problemas de la escuela.

En primer lugar que el sistema educativo está diseñado por pedagogos presuntos expertos en educación que no han pisado un centro escolar desde que dejaron el instituto, o como mucho, tal vez en sus muchísimos años de exitosa y supuestamente brillante carrera académica se acercaron una vez a un centro de primaria o secundaria para un  estudio de campo en el cual los más atrevidos llegaron a estar situados a menos de diez metros de algún alumno o incluso, en un alarde de coraje, a intercambiar alguna palabra con él. La ignorancia, prepotencia y extrema ambición de estos expertos les hace menospreciar sin más la opinión del profesorado que sí tiene experiencia en tratar con los alumnos y conoce sus problemas, y rechazar con la misma alegría cualquier elemento de la escuela tradicional, asociando este último término con reaccionaria o caduca. El libro expone con gran acierto que no todos los valores tradicionales eran malos sino que es imprescindible recuperar el respeto al profesor e inculcar en el alumno el sentido de la responsabilidad, así como valorar el aprendizaje de contenidos. Está muy bien aprender a aprender, pero para ello primero hay que aprender a secas; para estructurar los conocimientos, primero hay que tener conocimientos. Y para llegar a entender lo que se estudia, primero es necesario haber desarrollado la memoria y ser capaz de estudiar algo. Pretender aprender un tema realizando un trabajo de investigación sobre el mismo es empezar la casa por el tejado; no se puede perfeccionar ni ampliar un conocimiento que todavía no se ha adquirido.

Y sobre todo no se puede educar partiendo de que el aprendizaje debe ser siempre juego y diversión para un alumno al cual no se debe exigir nada sino que es tarea de los padres y de los profesores el motivarlo; conceder derechos sin exigir responsabilidades a cambio es hacerles daño a los chavales, y hacer de ello el axioma de la escuela pública es muy perjudicial para todos, pero principalmente para los alumnos de clase trabajadora y media-baja, porque son los que no tienen alternativas: si en la escuela están recibiendo una enseñanza de baja calidad no pueden recurrir a que les explique papá ni el profesor particular. Y si tampoco se les da oportunidad de aprender un oficio antes de dejar la escuela, porque no hay alternativas a la ESO hasta que los alumnos se acercan a los 16 años, edad a la que ya se pueden incorporar al mercado laboral, su única opción es ser mano de obra barata no cualificada. La supuesta igualdad que supone sobre el papel que todo el mundo estudie lo mismo hasta los 16 años resulta que no es tal, y menos cuando el sistema protege al alumno que revienta la clase en lugar de a aquellos que quieren aprender y no pueden.

Otros aciertos del libro son la defensa a ultranza de la escuela laica y la supresión de la clase de religión y la denuncia de la escasísima calidad de los cursos de formación del profesorado. Hay otros puntos, en cambio, que no comparto; el principal, que los profesores deberían formarse principalmente en su materia y no en aspectos pedagógicos, cuando precisamente el principal problema en el profesorado de secundaria (no así en primaria) es su falta de formación previa en este apartado. El libro acaba confundiendo el rechazo a la pedagogía de salón de las facultades de Ciencias de la educación, que es fácil compartir plenamente, con el rechazo de la pedagogía a secas; enseñar es también un oficio que hay que aprender; desde luego que es básico saber mucha física y que a uno le guste mucho la física para ser profesor de física, pero no basta, hay que saber también metodología y recursos didácticos. Y en segundo lugar el autor idealiza demasiado la escuela anterior a la LOGSE. Por muy criticable que sea la reforma, que lo es en muchos aspectos, era más que necesario un sistema que insistiera menos en  algunos contenidos memorísticos un tanto obsoletos para hacer más hincapié en la comprensión y el sentido práctico de lo que se aprende. La solución no es volver, por poner un ejemplo de los más evidentes, a las clases de inglés anteriores a la reforma en las que los alumnos aprendían exclusivamente reglas gramaticales y nunca hablaban en inglés ni escuchaban hablar a nativos, sino actualizar los contenidos (no suprimirlos) manteniendo la disciplina en la escuela pública, absolutamente fundamental para garantizar el derecho a la educación de todos.

Más información:
http://antipedagogico.com/

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