Una mentira mil veces repetida se convierte en una verdad (Joseph Goebbels)

miércoles, 8 de octubre de 2014

Doce pruebas que demuestran la no existencia de Dios de Sébastien Faure

Existe el falso mito del empate técnico intelectual entre los creyentes y los ateos, y de que la ciencia y el saber humano no pueden posicionarse ni en uno ni en otro sentido respecto a la existencia de Dios. Esta falsedad viene de tergiversar el concepto de Dios, que los teístas cristianos, judíos o musulmanes flexibilizan hasta el extremo cuando les interesa, convirtiéndolo en un ente indefinido, un espíritu inteligente e intangible que estaría detrás de lo que se suele llamar Naturaleza. Una vez han desarmado a los ateos, que evidentemente no pueden decir nada en contra de este Dios diluído y en realidad situado a años luz del monoteísmo y muy cerca en cambio del paganismo y el panteísmo primitivos, vuelven a encoger el muelle que han estirado previamente y a vender la moto del Dios monoteísta y patriarcal. 

A comienzos del siglo XX el anarquista francés Sébastien Faure puso los puntos sobre las íes y elaboró el panfleto Doce pruebas que demuestran la no existencia de Dios, dándole la vuelta a las famosas vías de Tomás de Aquino que, en la filosofía medieval, pretendían demostrar racionalmente la existencia del Dios cristiano. Estos argumentos ya fueron desmentidos en la Edad Moderna, puesto que no son más que pura construcción intelectual para demostrar el supuesto del que en realidad se parte ya a priori, que es que Dios existe. Las tesis de Faure, en cambio, difícilmente pueden ser desmentidas porque no se refieren a la idea abstracta y etérea de un ser supremo, sino que se centran en el Dios monoteísta de la Biblia, sacando a la luz sus vergüenzas y contradicciones. 

Un Dios que juzga y otorga una recompensa infinita (la salvación o la condenación eterna) por los méritos o faltas que los hombres, humanos y por lo tanto finitos, hayamos cometido en la vida, sería de una infinita injusticia, puesto que la recompensa que otorga es totalmente desproporcionada respecto al acto que la ha producido. Un Dios que dota a algunas de sus criaturas de la fe, y en cambio no a otras, privándolas de la felicidad de sentir su presencia, no puede ser más que infinitamente malvado. Y así hasta doce argumentos de pura lógica irrebatible. Por lo tanto dejemos ya de aceptar el supuesto empate:  aplicando mínimamente la racionalidad, la mente humana puede demostrar con bastante facilidad que el Dios cristiano, judío y musulmán es una patraña construída para fomentar los intereses particulares de las clases dominantes que, salvo unos pocos chalados, oscilan entre el cinismo más frío y el autoengaño de no querer saber que en realidad no creen en él en absoluto.

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