Una mentira mil veces repetida se convierte en una verdad (Joseph Goebbels)

jueves, 12 de febrero de 2015

Identidad y violencia de Amartya Sen



Los recientes asesinatos en la redacción del semanario francés Charlie hébdo ha vuelto a traer a la primera plana la amenaza del terrorismo islamista tras unos cuantos años en los que había pasado a segundo plano (a pesar de que durante todo ese periodo se han seguido produciendo atentados relacionados con el fundamentalismo religioso, aunque no en Occidente).  En el contexto de la primera histeria mediática surgida en torno a este asunto durante la pasada década tras el atentado de las torres gemelas de Nueva York, el indio Amartya Sen, premio Nobel de economía en 1998, respondió con Identidad y violencia (2007) a Choque de civilizaciones, un panfleto de Samuel Huntington que dio nombre a la corriente de opinión que proclamaba la imposibilidad del diálogo entre Oriente y Occidente y la amenaza que el primero supone para el segundo. 

Sen pone unos cuantos puntos sobre las íes negando dicho choque, y en consecuencia mostrándose reacio también a la idea de la necesidad de una alianza de civilizaciones, como la llamó nuestro ex-presidente Zapatero, al que el libro no menciona. Más bien el autor se cuestiona el mal uso de la palabra "civilización" como sinónimo de "religión", y nos recuerda que en los países llamados musulmanes existen minorías cristianas y muchas personas, asociaciones y movimientos laicos e incluso ateos, siendo todavía más grave el caso del país de origen del escritor, la India, que llevaría la denominación de "civilización hindú" cuando cuenta con una notable comunidad musulmana. 

El concepto de civilización musulmana o civilización hindú frente a Occidente, que constituiría la civilización cristiana, lleva a dar a los líderes religiosos un poder y una dimensión de representantes de toda la ciudadanía de un país que les beneficia enormemente y que no les corresponde, silenciando los movimientos laicos y la pluralidad existente en los distintos estados y fomentando así la represión de los mismos. Con gran sentido común, Sen reivindica el diálogo entre las autoridades civiles y políticas del planeta dejando a la religión en un segundo plano; aunque no sea agresivo ni tenga intención de polemizar, sus ideas suponen un toque de atención no solamente a los xenófobos que ven un peligro en las "otras civilizaciones", sino también a muchos progresistas seguramente bienintencionados que, al asumir una homogeneidad en las sociedades en función de la religión mayoritaria de cada una de ellas, acaban cometiendo el mismo error y compartiendo la misma visión simplona y reduccionista de los racistas, y por lo tanto fomentando el enfrentamiento entre "culturas", en realidad entre religiones, que en teoría pretenden evitar.

El autor ataca también el cliché de la cultura y de cómo se sobredimensiona la importancia de las llamadas diferencias culturales hasta convertirlas en algo insalvable. Propone ejemplos, como puede ser el de los países de Extremo Oriente, de lo muy rápido que puede evolucionar una sociedad y de lo relativamente sencillo que puede ser acabar con lastres culturales milenarios si se emplean las políticas adecuadas. Achacar el atraso o la falta de libertades o derechos humanos en un país a cuestiones atávicas puede ser a veces una excusa muy conveniente para los gobernantes mediocres.

A continuación un extracto del capítulo 1 del libro:

El cultivo de la violencia asociada con los conflictos de identidad parece repetirse en todo el mundo cada vez con mayor persistencia. Si bien es posible que el equilibro de poder en Ruanda y en el Congo haya cambiado, ambos grupos continúan teniéndose en la mira. La organización de una identidad islámica sudanesa agresiva, junto con la explotación de las divisiones raciales, ha conducido a la violación y a la matanza de las víctimas subyugadas en el sur de ese territorio atrozmente militarizado. Israel y Palestina continúan experimentando la furia de identidades dicotomizadas prestas a infligir penas abominables a la otra parte. Al-Qaeda depende en gran medida del cultivo y la explotación de una identidad islámica militante opuesta específicamente a los occidentales.

Más información:

Crítica del libro en La noche que se hizo madrugada
Crítica del libro en El exterior.es

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