En principio podría
pensarse que estamos ante un remake gay de un thriller clásico
francés, El carnicero, de Claude Chabrol, o, si nos ponemos, de
Instinto básico. Pero este tipo de películas se basan en la
ambigüedad, el prota no debe saber desde el principio que su objeto
de deseo es un asesino y luego, cuando empieza a tener indicios de
ello, ha establecido con el sospechoso un lazo emocional sustentado
por las carencias de ambos y por una cierta forma de comunicación
que se ha establecido entre ellos: eso es lo que le da la gracia a la
historia. Pero en El desconocido del lago, como el título indica el
protagonista se siente atraído por alguien a quien no conoce y por
el que siente una atracción puramente sexual, lo cual no es
obstáculo para que ni se inmute cuando le ve asesinar a alguien a
sangre fría y siga deseando ir a su encuentro. ¿No es consciente
del peligro que corre? ¿Es un suicida? ¿Es un enfermo? ¿Es
rematadamente imbécil? ¿Es un pene con patas? ¿Algún espectador
puede comprender a este personaje? ¿Se puede sostener una historia
en él? Para más inri hay un inspector que investiga el caso y que
lo único que hace es pasearse a solas por entre los gays en busca de
ligue, sin ir armado ni de día ni de noche aunque no deja de
prevenir acerca del asesino que anda suelto; ¿también busca que lo
maten o es que está pensando si cambiar de acera y sumarse a la
fiesta que hay a su alrededor?
Ante tanto despropósito,
no es de extrañar que lo más o lo único interesante del relato sea
el personaje secundario de un bañista que no se acerca al agua, se
limita a mirar al horizonte y más que sexo busca entre el ligoteo un
lugar donde su inmensa soledad no le haga sentirse incómodo, dándole
a la película los únicos momentos en los que se sale de la
bidimensionalidad y los estereotipos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario