Ya me tardaba comentar en el blog el libro que considero de lectura obligatoria para comprender la historia del capitalismo contemporáneo. En No logo (2000), Naomi Klein, una de las principales o al menos de las mas populares ideólogas de los movimientos antiglobalización (como Michael Moore pero en libro, para quienes no la conozcan), expone cómo a lo largo del siglo XX las grandes empresas se transforman drásticamente, pasando de mastodónticas estructuras que controlaban desde el abastecimiento de materias primas a la distribución de los productos fabricados, a entes casi etéreos que han subcontratado todos los procesos de producción y los han externalizado a países donde no existen los derechos laborales, y en las últimas décadas se han reducido a su mínima expresión: el logo.
Las grandes compañías se han convertido en logos, imágenes corporativas vacías de un contenido real, que ya no buscan asociarse a productos determinados sino a formas de vida o a ensoñaciones publicitarias (este punto ha sido desarrollado más tarde por Christian Salmon en Storytelling). El complejo entremado de sub-sub-sub-contrataciones entre la filial, que ha quedado convertida en una pequeña oficina, y los productos finales de la marca le permite a la empresa, aparte de evadir impuestos con enorme facilidad, desembarazarse de cualquier responsabilidad sobre sus empleados (el buen funcionamiento de una empresa pasa a medirse por la frecuencia de los despidos masivos que en ella tienen lugar, y no por el número de empleados contratados, como en el pasado) y también sobre sus clientes, convirtiendo cualquier reclamación en una pesadilla burocrática.
Quién les iba a decir a los primeros socialistas decimonónicos que los patronos de las empresas de su época a los que tanto aborrecían producirían prácticamente nostalgia en el siglo XXI; por explotadores que fueran, al menos asumían responsabilidades y riesgos, daban trabajo y colaboraban al desarrollo de la localidad o comunidad donde implantaban una nueva fábrica, pagaban impuestos, tenían que ser mejores que los posibles competidores, y ante cualquier problema tenían que dar la cara con nombres y apellidos, unos inconvenientes que los anónimos consejos de administración de las multinacionales actuales han conseguido quitarse de encima gracias al neoliberalismo y la desregulación de los mercados a nivel mundial, cuyos entresijos Klein ha explicado más adelante en su segundo libro igualmente imprescindible, La doctrina del shock, que dejamos para otro día.
Quién les iba a decir a los primeros socialistas decimonónicos que los patronos de las empresas de su época a los que tanto aborrecían producirían prácticamente nostalgia en el siglo XXI; por explotadores que fueran, al menos asumían responsabilidades y riesgos, daban trabajo y colaboraban al desarrollo de la localidad o comunidad donde implantaban una nueva fábrica, pagaban impuestos, tenían que ser mejores que los posibles competidores, y ante cualquier problema tenían que dar la cara con nombres y apellidos, unos inconvenientes que los anónimos consejos de administración de las multinacionales actuales han conseguido quitarse de encima gracias al neoliberalismo y la desregulación de los mercados a nivel mundial, cuyos entresijos Klein ha explicado más adelante en su segundo libro igualmente imprescindible, La doctrina del shock, que dejamos para otro día.
Más información:
No hay comentarios:
Publicar un comentario