Antonio Salas es el seudónimo de un periodista que realizó poco antes de 2003, cuando vio la luz este libro, un trabajo de investigación en el que, inventándose una falsa identidad y transformándose físicamente, se infiltró de una manera hasta cierto punto similar a como lo haría un miembro de un cuerpo de seguridad del estado entre los grupos neonazis españoles para investigar sus actividades y sus vínculos con instituciones y partidos legales de ultraderecha. El título dado al libro, que efectivamente es un diario, ya anticipa que no se limita al reportaje periodístico sino que consiste principalmente en una crónica de la experiencia personal vivida, centrada principalmente en el coste psicológico que supone llegar a interiorizar la falsa identidad skin para no ser delatado, así como los sentimientos ambivalentes que surgen hacia los compañeros del grupo a los que se está en cierto sentido traicionando.
Esa mezcla de género periodístico y diario personal en el que se utilizan continuamente los recursos narrativos de la novela cautiva al lector, pero también dificulta valorar cuánto hay de real y cuánto de egolatría o de búsqueda de amarillismo en ciertos párrafos. Pero esto último no quita que nos encontremos ante un manual muy extenso de lo que es el movimiento neonazi en España, o al menos de lo que era hace unos diez años, desde todos sus prismas: sus campamentos juveniles paramilitares, su fascinación por las antiguas sociedades europeas, los celtas principalmente, y su cultura pagana, la escena musical de grupos con letras de exaltación patriótica y de odio al inmigrante, la activa red internacional de contactos con asociaciones hermanas de otros países, sus enfrentamientos con los red skins, etc.
Muchos de estos datos son ya conocidos o el lector se los puede imaginar, pero otros pueden ser más novedosos, como la existencia de neonazis fuera de Europa e incluso en el mundo árabe, o la compleja relación de amor-odio entre los skins españoles y la extrema derecha tradicional, cuyos intereses convergen en muchos puntos pero no tapan del todo los desencuentros entre ambos: unos son ateos, paganos, igualitarios, aunque dentro de la obediencia a los líderes, abiertamente violentos y revolucionarios, mientras que los otros son católicos, conservadores, clasistas y partidarios de mantenerse en la legalidad. El autor pone en evidencia la hipocresía de la ultraderecha respetable, que utiliza a los skins de ariete y carne de cañón al mismo tiempo que los desprecia, y no oculta cierta empatía ante la ingenuidad y la falta de doblez de los neonazis, jóvenes cuyas pocas luces y su situación de riesgo de exclusión social, sea por causas económicas, familiares o psicológicas, les llevan a buscar un refugio en los grupos extremistas. La comprensión, que no justificación, hacia los integrantes de estos colectivos, en lugar de caricaturizarlos y limitarse a su demonización, que sería lo habitual y lo más fácil, es uno de los puntos fuertes del libro.
Las grabaciones con cámara oculta descritas en Diario de un skin sirvieron como prueba judicial en la desarticulación del colectivo Hammerskin y dieron origen a un telefilm homónimo protagonizado por Tristán Ulloa en 2005. Salas prosiguió luego su carrera con otras infiltraciones en mundos igualmente escabrosos como el de la prostitución y la trata de blancas (El año que trafiqué con mujeres) o el terrorismo (El palestino), y recientemente ha dado el salto a la novela, género para el que está claramente capacitado, con Operación princesa; sus libros son claramente morbosos, pero ello no quiere decir que no vayan más allá ni que estén exentos de reflexión ni de contenido.
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